En palabras de don Quijote, “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, idea que alcanza mayor profundidad al advertir en Miguel de Cervantes al mejor embajador de la lengua española en el mundo. En esta idea está la clave del éxito de esta lengua de origen latino que ha recorrido el planeta de la mano de los instrumentos jurídicos de Francisco de Vitoria o fray Bartolomé de las Casas, de la literatura de Rosalía de Castro o Federico García Lorca y la religión de san Francisco Javier o san Ignacio de Loyola.
El español es el segundo idioma más hablado del mundo después del chino mandarín, el segundo idioma más utilizado en internet y el tercero en comunicación empresarial. Cuenta con 500 millones de nativos y 100 más hablantes con fluidez. No obstante, de estos hispanohablantes, únicamente 49 se encuentran en España -cuna del idioma- mientras que el continente americano concentra la mayoría restante, con reductos en Guinea Ecuatorial y Filipinas. Especialmente destacado el caso de Estados Unidos donde, en 2050, de acuerdo a Naciones Unidas, el 17% de la población será hispanohablante. El factor demográfico y geográfico del español es el primer vector a mencionar cuando se considera su poder en el mundo.
Joseph Nye definió el poder blando como la capacidad de un actor internacional para influir en otros a través de la atracción y la persuasión, en lugar de la coerción o el pago. Siguiendo esta idea, el español puede ser considerado como el mejor instrumento de influencia de España. Es el canal de transmisión de películas de renombre y éxito internacional como Belle Époque, El discreto encanto de la burguesía o, más recientemente, La sociedad de la nieve. Es la cuna de escritores, filósofos, pintores y personajes históricos de la talla de los Reyes Católicos, Bernardo de Cólogan o Salvador de Madariaga. Todos ellos llevan esta lengua como símbolo de representación y vínculo con otras regiones del mundo.
Por otro lado, el español es una fuente económica. El 10% del PIB global procede de fuentes relacionadas con el idioma, ya sea derivada de la industria o porque la población hispanohablante contiene el 16% de la riqueza total.
Asimismo, es poder en las relaciones interestatales donde el español es idioma oficial en las principales organizaciones internacionales como Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Unión Africana y, desde 2024, de la Conferencia Internacional de la Haya de Derecho Internacional Privado. Este último aspecto es fundamental al observar que un tercio de los litigios del Tribunal Internacional de Justicia enfrentan a partes en español que deben comunicarse en inglés o francés -únicos idiomas oficiales de la institución- relegando a su lengua madre a un segundo plano.
Esto muestra que, si bien el español tiene gran presencia global, todavía tiene camino por recorrer. Este camino va de la mano de la creciente influencia del Sur Global en la agenda internacional. Aquello que calificaba Niall Ferguson como “Occidente y el resto” ha quedado atrás para dejar paso a una región compuesta por países de América Latina y Caribe, África, y Oriente Medio que va a interponer su discurso en el mundo, siendo este un discurso en español.
La sombra de Estados Unidos aún es larga en Asia, y las tenazas que representan ser los aliados de este forcejean con firmeza una región que concentra el 60% de la población mundial, el 37% del PIB mundial, y los recursos materiales suficientes como para determinar el devenir del tiempo presente y futuro. Este es considerado el primer pilar que sostiene la problemática del despegue asiático como centro de poder de la política internacional. A pesar de ser -en términos numéricos, geopolíticos y materiales- la región más importante del mundo, esta se encuentra por el complejo tablero estratégico que le es característico.
El verdadero benefactor del poder del español no es otro que el país donde nació y desde el que se extendió, España. Más allá de las virtudes que surgen del uso de este idioma por los españoles, el factor internacional de mayor peso se corresponde con el vínculo innato y estrecho con Hispanoamérica. Para referirse a esta región, se podrían emplear términos como América Latina, América del Sur o Caribe, pero hablar de Hispanoamérica introduce el nexo de unión de España con esta región, que ha sobrevivido a amenazas como la Leyenda Negra o los vaivenes de la política, y que no es otro que un idioma común.
Son muchas las consecuencias que se extraen de este hecho, tanto positivas como negativas. En primer lugar, la lengua común ofrece una comunidad binacional que se extiende por dos continentes y cuenta con 600 millones de habitantes y una amalgama diversa de iniciativas, instituciones y programas conjuntos. No en vano, España es el principal inversor en Hispanoamérica y donante del 50% de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) que recibe la región. A su vez, España es la puerta de entrada de estos países a la Unión Europea, valedora de la firma del acuerdo UE-Mercosur en 2023 y de las cumbres UE-CELAC.
En segundo lugar, España es receptor de hispanoamericanos que en 2024 representaban el 6,5% de la población extranjera, procedentes en su mayoría de Colombia y Venezuela. La migración unidireccional es, en este caso, fuente de desafíos y oportunidades para el país europeo. Por un lado, España se enfrenta a una crisis demográfica que sólo puede resolverse con la llegada de jóvenes que aportan natalidad, mano de obra y rejuvenecimiento a una economía maltrecha. Por otro lado, los movimientos migratorios ponen en jaque las estructuras institucionales que deben afrontar la llegada masiva de extranjeros. Estos desafíos van desde los delitos de odio relacionados con el racismo y la xenofobia -que aumentaron un 21% en 2023– hasta el soporte institucional de una Seguridad Social que ve aumentar su número de solicitantes. De la misma manera, el idioma común implica también vínculos familiares que, apoyados por la legislación española, facilita la obtención de la nacionalidad, los permisos de residencia y trabajo y la adquisición de la vivienda.
Por todo ello, cuando se analizan las relaciones entre ambos territorios no se habla solo de un idioma común, sino de valores, cultura y un pasado que hermana estas dos regiones e impide pensar en España sin Hispanoamérica y viceversa. Aún así, no se pueden ignorar los desafíos actuales que sostienen un discurso de separación, rechazando así el vínculo de dos partes que juntas son más fuertes.
La riqueza del español es incalculable, y se engrandece al mencionar la Península Ibérica. Al igual que España desplegó sus velas más allá del Atlántico, también lo hizo Portugal, y así nació la comunidad Iberoamericana.
800 millones de personas, 30 países en todos los continentes y el 10% de la población global comparten los únicos dos idiomas del mundo que son recíprocamente comprensibles. El español y el portugués son idiomas hermanos que pueden entenderse y aprenderse fácilmente, creando así la comunidad lingüística más extensa del mundo, pues, si bien el chino mandarín es hablado por más de 1.400 millones de habitantes, estos se limitan a las fronteras del país. Por su lado, el español y el portugués se hablan oficialmente en 22 países en América- tanto del sur como del norte-, en Angola, Mozambique o Guinea Ecuatorial en África y en Timor Oriental en Asia.
Este poder único en el mundo se ha aprovechado con la creación de las Cumbres Iberoamericanas que, desde 1991, reúnen a los países iberoamericanos y Andorra, celebrándose la próxima cumbre en Madrid en 2026. Conviene tener en cuenta que los avances gubernamentales coinciden con los avances en la sociedad civil, que observan cómo compartir dos idiomas tan similares es un arma a favor de quien la usa. En consecuencia, se han inaugurado las primeras universidades iberófonas como la Universidade Internacional do Cuanza en Angola o la Universidad de La Romana en República Dominicana.
Del mismo modo, en 2021 en las Islas Canarias, punto geográfico medio entre ambas regiones, se celebró la primera cumbre con países de habla hispanolusófona que tenía como objetivo crear el espacio panibérico. Un terreno común en el que se puedan explotar los beneficios de esta conexión geográfica, económica y, ante todo, lingüística que puede reforzar su peso en la Unión Europea o la Unión Africana, entre otras.
No obstante, este vínculo no está exento de desigualdades procedentes del campo de la enseñanza. El lusófono nativo entiende casi a la perfección el español, mientras que para ser comprendido por el hispanohablante, se deben hacer variaciones. Así es como nació el portuñol. La riqueza del lenguaje es tal que se puede crear un nuevo idioma para facilitar la comunicación entre personas a las que separa una dicción diferente. Esto refuerza el papel de los centros de enseñanza, que en poco tiempo pueden crear una unión lingüística de 800 millones de personas. Por tanto, apostar por la innovación y la educación es apostar por la grandeza de un idioma sin límites y con grandes perspectivas a futuro.
El español es el poder y se comprueba en su interés global. Primero, porque, aún siendo conscientes de su complejidad y su amplia riqueza léxica, es un idioma que escribe lo que dice y lee lo que escribe; segundo, porque representa la civilización universal de un gran imperio; y por último, es transmisión de valores y humanidad.
Sin embargo, si históricamente se pensaba en el idioma como un vector de poder blando, ahora esta balanza está cambiando, como demuestra el inglés. Esta lengua domina el mundo convirtiéndose en poder duro al imponer el pensamiento anglosajón; lo hace en la economía, en los valores que transmite a través de su cultura y relegando a un segundo plano idiomas como el español que cuenta con más extensión geográfica y número de hablantes.
Ya en el siglo XV, el historiador Juan de Valdés declaraba que “la lengua que convenía reivindicar es la lengua que se hablaba”, refiriéndose al español. Más de cinco siglos después, el español sigue siendo esa lengua que se habla. Conviene defender un idioma que es poder blando, pero puede convertirse en poder duro. Asimismo, conviene defender los valores que representa, la civilización que construye y el imperio al que recuerda porque, al fin y al cabo, Macondo ya no es un territorio colombiano y don Quijote no es un hidalgo manchego. Gracias al poder del español, Macondo es ya un lugar universal y don Quijote un caballero ejemplar.